Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ



Comentario

Capítulo XLIII


De cómo Pizarro con los españoles se aposentó en Caxamalca, y de cómo Soto fue al real de Atabalipa y lo que más pasó



Aunque tan grande ejército de gente estaba en Caxamalca, era de ver sus lindos campos, laderas y valles cuán sembrado y bienlabrado estaba; porque entre ellos con grande observancia guardaban las leyes de sus mayores, por donde mandaban que comiesen de los depósitos sin destruir los campos. Los pueblos estaban llenos de mantenimientos; de la preciada ropa, con otras riquezas, muchas manadas de ovejas. Los aposentos reales cercaban una muralla y había en triángulo plaza grande. No hallaron gente de lustre ninguna; sino fueron algunas mujeres, las más, viejas. Aposentáronse para estar juntos, como se ordenó. Los indios estaban alegres por verlos tan cerca; llamábanlos locos, por su atrevimiento. Parecióle a Pizarro que era bien enviar al real de los enemigos se reconociese por entero; y así mandó a Soto que con veinte y cuatro de caballo fuesen a lo ver y aun hablase, con el gran señor Atabalipa, de su parte: que se viesen, y fuesen amigos; llevó a Felipillo para intérprete. Donde a un poco, que fue ido Soto, pareciendo al gobernador no era coyuntura para enviar tan poca gente, pues si hubiese alguna desgracia quedaban perdidos, mandó al general Hernando Pizarro que saliesen con algunos de a caballo, en resguardo de Soto, que ya iba cerca del real del inca. Mirábanlos muchos indios que a todos lados estaban puestos; cerca de ellos había una ciénaga o arroyo algo ancho y barrancoso; puso las piernas Soto al caballo, pasólo con facilidad, de lo cual quedaron los indios espantados. Estaba la gente de Atabalipa ordenada a la usanza suya: los de arco por sí, los de porra también, los que tenían otras armas, por la misma orden. Soto pasó por los escuadrones de los mismos indios preguntando por Atabalipa que, aunque sabía de su venida, no había querido salir de su aposento real, donde estaba acompañado de muchos señores y capitanes principales. Llegado Soto, con la lengua, a la puerta del palacio, los porteros dieron aviso; respondió que supiesen que es lo que querían. Habló Soto: "que ver a Atabalipa y decille su embajada". Salió con gentil denuedo y gravedad, tanto, que bien representaba su dignidad. No se turbó viendo el caballo ni el cristiano; sentó en su asiento rico; habló con voz baja, preguntando qué buscaba Soto; y qué le quería decir; respondió Soto que Pizarro le enviaba a ver, y saludar de su parte, y que le había pesado porque no le aguardó en los aposentos, y que le rogaba se fuese a cenar con él, y si no, que fuese otro día a comer, porque deseaba conocerlo, para le dar noticias; su venida, a qué era, en aquella tierra. Esto, con otras cosas, dijo Soto sin se apear del caballo él, ni ninguno de los que fueron acompañándolo. Atabalipa, bien entendió lo que se le dijo; no respondió nada, pero habló con uno de sus capitanes que le dijese, que se volviese a su capitán y le dijese que él sería con él otro día, porque por ser ya tarde entonces no podía. Tornó Soto a preguntar si tenía más que le decir, porque aquella respuesta él la daría a Pizarro. Respondió por el tono pasado que había de ir con su gente en escuadrones y armados, mas que no recibiesen pena, ni hubiesen miedo. En esto era llegado Hernando Pizarro, y habló con Atabalipa, algunas razones; respondiendo a lo que dijo él y Soto que fuesen en buen hora conforme a su voluntad; que supiesen que los cristianos no se espantaban de ver mucha gente. Esto pasado, Soto cogió la rienda a su caballo delante de Atabalipa, para que conociese qué cosa era, le hizo meter los pies y batallar con las manos y llegó tan junto de Atabalipa, que los bufidos que daba el caballo soplaban la borla que tenía en la frente, corona del reinado. No se meneó Atabalipa, ni en el rostro se le conoció novedad, antes estuvo con tanta serenidad y buen semblante como si su vida toda hubiera gastado en domar potros. Mas de los suyos hubo algunos que pasaron de cuarenta que con el miedo que cobraron, se derribaron por una parte y otra. Vueltos a Caxamalca los cristianos, Atabalipa se embraveció por la cobardía de los suyos, pues así habían huido de ver menearse un caballo; mandó, delante de sí pareciesen, y dijo: "¿qué pensáis?, que no son aquéllos sino animales que en la tierra de los que les traen, nacen como en la vuestra, ovejas y carneros, para que huyáis de ellos. Pagaréis con vuestras vidas el afrenta que por vuestra causa recibí", y fueron luego muertos, sin ninguno quedar vivo de estos tales. Llegados adonde estaba Pizarro, su hermano y Soto, contaron lo que les pasó: dijeron que, Atabalipa tenía presencia de gran príncipe, y como tal se mostraba en sus cosas; la gente que estaba con él, mucha, todos bien armados, y él con voluntad de tomar guerra y no dar paz. Algunos de los españoles temían, pues había para cada uno más de cuatrocientos; animábalos Pizarro con buenas palabras, diciendo que confiaba en Dios, pues es cierto se dispone, por su voluntad de permisión, todo lo que pasa debajo del cielo y encima de él, y que él estaba alegre para que tanta gente estuviese junta, pues serían más fácilmente desordenados, y aun desbaratados. Entendióse en guardarse con mucho recaudo, poniendo sus rondas y velas. Los indios también tuvieron sus escuchas, y como si ya los nuestros fueran de huida salió Rumiñabi, como estaba ordenado, con la gente que se dijo, cargados de ayllos, que es un arma para prender con cierta arte de nudos y cuerdas, para ponerse por el camino, que entraron, para que no se escapase ninguno. Atabalipa hizo sus sacrificios, y aun tendrían sus pláticas con el demonio, con quien todos hablan. Poca parte eran todos; Dios permitió lo que se hizo, y lo tenía ordenado. Como fue de día, hiciéronse por el gran real de Atabalipa muchos fuegos y ahumadas comieron todos, porque ellos así lo hacen, determinando Atabalipa de se acercar hacia Caxamalca, donde los cristianos estaban suplicando a Dios los librase de sus manos y poder.